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Mostrando entradas de septiembre, 2018

La religión y el discurso de mínimos

Ser religioso es relativamente fácil: basta con “dar el salto” del que hablaba Pascal, cerrar los ojos y entregarse al abrazo de la fantasía, que es blando y cálido y siempre nos compensa. Sostener la soledad de la razón, contra la dureza y el terror de la vida, es, en cambio, tarea ardua y con un ineludible dejo de angustia. Al fin y al cabo, somos seres frágiles y perdidos en un infinito indescifrable, y es verosímil que llevemos en los genes una tendencia atávica a personalizar y venerar lo desconocido, concibiendo con nuestra imaginación un universo de fuerzas ignotas y seres imaginarios que, si bien no ofrecen explicaciones coherentes, sirven al menos para llenar con algo el silencio aterrador con que responde el universo a nuestras preguntas angustiadas. Respuestas, en efecto: donde la razón se inhibe, la fe sigue adelante con el paso firme de los desesperados. Su fuerza reside en el sentimiento, en la convicción que ya ha renunciado a las contradicciones del pensamiento y se ...

Los altibajos del ánimo

El ánimo es cosa voluble y caprichosa: lo glosaron los poetas en nuestro nombre, pero todos lo sabemos por propia experiencia. Una noche nos visitaron dulces sueños, “pero la madrugada llegó siempre”, como escribió Jesús Munárriz y cantaba Rosa León. Un recuerdo agradable nos llena de buen humor, una súbita preocupación nos lo arruina. Empezamos con optimismo una tarea, tal vez nos crezcamos ante sus dificultades, y resulta que, al cabo, nos rendimos exhaustos y vencidos. Una mañana nublada puede bastar para abatirnos, y una mala digestión para ponernos de mal humor, como a Montaigne. Spinoza nos lo describió con perspicacia: constantemente, afectados por los sucesos, oscilamos entre la potencia y la impotencia, entre la alegría y la tristeza, atravesando todos los grados en que ambas se entremezclan, en una montaña rusa emocional que no podemos frenar. Quisiéramos que la voluntad pudiera tomar el timón del ánimo, pero le faltan fuerzas para mantenerlo bien asido. Porque el ánimo es an...

¿Quién quiere aún ser virtuoso?

En nuestros tiempos de tensión entre el relativismo posmoderno y los fundamentalismos de todo tipo (incluidos los tecnológicos), hablar de virtud, al estilo de los antiguos, suena seguramente anacrónico e ingenuo. En el mundo neoliberal no interesa la virtud, sino la prosperidad individual; que esta se logre a costa de los demás, o del mundo entero ― destruyendo el frágil equilibrio de la nave Tierra, sumiendo en la miseria a masas incontables de seres humanos ― , es algo absolutamente accidental, un precio que hay que asumir o, mejor, ignorar. El neoliberalismo ha elevado a Hobbes a profeta ― la lucha de todos contra todos, el Leviatán estatal asegurando el orden y el status quo ― y, aunque no lo admita, ha confirmado la teoría de Marx, al apuntalar el sometimiento de unas clases por parte de una oligarquía privilegiada. ¿Quién quiere aún ser virtuoso? Y, no obstante, tal vez la mayoría sigamos queriéndolo, cada cual a su manera. Mientras sobrenadamos el mundo líquido, manoteamos ...