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Mostrando entradas de mayo, 2018

Diversión

Mi paseo campestre me lleva hasta una cascada con su poza. El lugar es de una belleza hipnótica: el agua saltando entre las rocas gigantes, los frondosos árboles de la orilla, los prados en los aledaños… Me inspira el arrobo poético, la meditación, la mera contemplación soñadora… Me dedico a hacer fotos y a tomar notas echado en la hierba. A mi alrededor, un enjambre de gente en bañador salta por el agua gélida, ríe y chilla, sube y baja. Los críos, sobre todo, arman un bullicio estrepitoso, entre imprecaciones, saltos, empujones y carreras. Contrastan vivamente mi recogimiento místico y su diversión. Como suele suceder con las cosas naturales, las que salen espontáneamente sin pensar, cuando uno observa desde fuera la diversión se le antoja algo extraño. La diversión en bruto, la que agitan la adrenalina o la testosterona; la de los sábados por la noche entre copas y bailes, la de los parques de atracciones, la de los deportes de aventura o los juegos en grupo, la de la playa, la de...

Autoestima y autoexigencia

Todos tenemos para nosotros mismos un amor incondicional, puesto que somos nuestro hogar; y otro amor condicional, puesto que nos juzgamos. Hablar de una relación con nosotros mismos implica una división interior entre el que observa y lo observado, entre el que juzga y lo juzgado. Para la mística oriental, hay que superar esta división, pues toda frontera, como Ken Wilber explicó bien, establece un conflicto; pero nosotros los occidentales la tenemos demasiado arraigada, y puede que nuestro trabajo consista más bien en conocerla, familiarizarnos con ella y aprender a sobrellevarla de la mejor manera. Tal vez podamos considerar nuestra identidad rasgada de arriba abajo por esas grietas que nos disgregan en mil personajes: dentro de nosotros, somos multitud, y ese fenómeno es clave para nuestra identidad (para bien y para mal) y para nuestra vida. Es probable que se trate de una consecuencia de la propia idea de identidad: desde el momento en que establecemos que “somos alguien”, tra...

Miedos y penas

Seguramente no hay peor enemigo: el miedo que corroe, que increpa, que lastra, que se come el aire. El miedo a perder lo que amamos, a amar lo que a cada instante podemos perder… Buda ya nos explicó que el miedo emana del deseo y del apego: del deseo, porque anhela y muchas veces se verá frustrado; del apego porque hay cosas de las que huimos y cosas que perseguimos, y todas ellas nos persiguen. Sin embargo, puede que no haga falta dejar de desear. Como nos explica Comte-Sponville, podemos desear lo que ya tenemos, y entonces el deseo es goce, es la realidad mientras está aconteciendo: ya no hay espera, ya no hay frustración. Pero, ¿qué hacer con lo que aún no es real, lo que se proyecta hacia el futuro: los sueños, los planes, las expectativas? Séneca nos prohíbe aquello que no dependa de nosotros. Sin embargo, a veces necesitamos soñar lo imposible: forma parte de la naturaleza humana, y es lo que ― a veces, con trabajo, con suerte ― lo convierte en posible. Además, cuesta saber...