Mi paseo campestre me lleva hasta una cascada con su poza. El lugar es de una belleza hipnótica: el agua saltando entre las rocas gigantes, los frondosos árboles de la orilla, los prados en los aledaños… Me inspira el arrobo poético, la meditación, la mera contemplación soñadora… Me dedico a hacer fotos y a tomar notas echado en la hierba. A mi alrededor, un enjambre de gente en bañador salta por el agua gélida, ríe y chilla, sube y baja. Los críos, sobre todo, arman un bullicio estrepitoso, entre imprecaciones, saltos, empujones y carreras. Contrastan vivamente mi recogimiento místico y su diversión. Como suele suceder con las cosas naturales, las que salen espontáneamente sin pensar, cuando uno observa desde fuera la diversión se le antoja algo extraño. La diversión en bruto, la que agitan la adrenalina o la testosterona; la de los sábados por la noche entre copas y bailes, la de los parques de atracciones, la de los deportes de aventura o los juegos en grupo, la de la playa, la de...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida