Ayer me encontré con un viejo conocido que, sin ser amigo, me cae bien, y siempre me gusta dedicarle un tiempo, no tanto por lo que podamos decirnos —vivimos en universos paralelos y difícilmente tendríamos en común más que una cierta sensibilidad y el compartir profesión— como por el hecho de estar un rato juntos, de dedicarnos nuestra atención y nuestra afabilidad. Esta vez yo tenía prisa y estaba de mal humor, por lo que le contesté secamente y me marché en seguida. Luego lo lamenté, pensé que su saludo cálido habría merecido otra respuesta por mi parte. Hay personas que, aun quedándonos del otro lado de la extrañeza, imprimen pequeños retazos de calidez en la cotidianidad solitaria. Cada una discurre por su mundo y difícilmente llegaremos muy lejos en el intercambio, pero probablemente tampoco sea necesario. Nos las encontramos de vez en cuando y constituyen una ocasión para la mutua simpatía. Son como breves melodías escuchadas de paso, que luego tarareamos por un rato y en seg...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida