Aristóteles tenía razón: lo malo es el exceso. La propia noción de exceso nos remite a una medida inadecuada, inarmónica: algo está fuera de lugar, algo está desproporcionado. Lo excesivo rompe el equilibrio. Para los griegos, la belleza gravitaba en la armonía, y la fealdad en lo contrario, y con ello tal vez estaban identificando, por lo que concierne al exceso, su dimensión moral con su dimensión estética. Y algo de eso nos parece a todos: lo bueno es atractivo, lo malo es repugnante. Y a la inversa. La virtud aristotélica reside, pues, en el equilibrio. ¿Y qué es el pecado, sino un exceso? Exceso de deseo (avaricia), exceso de hambre (gula), exceso de fruición sexual (lujuria)… Sin embargo, ¿en qué punto comienza la demasía? Ni Aristóteles lo sabía. Lo que para uno puede resultar excesivo, para otro es perfectamente natural. ¿A partir de cuántas palabras uno se convierte en charlatán? Para el silencioso, muy pocas; para el locuaz, bastantes más. La biología establece con clarid...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida