Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de junio, 2018

Días de montaña

No llevo un día en esta tierra de montañas y bosques y ya noto cómo me cura. Casi diría que lo noté en cuanto, ayer, tomé el desvío que iniciaba el ascenso al puerto. El coche subía y a cada avance a mi alma se le iba cayendo su material más pesado. El aire fresco de las cumbres me arrancaba piel muerta, que rodaba por las laderas como esas grandes piedras que las siembran. Hubo un momento en que me olvidé de mí para sumirme en la sosegada fascinación de alturas y de nubes, un aire ligero y misterioso que me restituía la inocencia. Mi alma abotargada se mece en el silencio y se ensancha en las perspectivas. Mis ojos cansados se tienden en los prados verdes. Respiro y parece que el mundo es liviano y la existencia nueva y habitable. En la montaña uno también siente miedo, y ese es otro de sus dones: nos restituye nuestra verdadera condición, tan limitada, haciendo parecer insignificantes nuestros logros pero también nuestros defectos: todo lo que confundimos con nosotros mismos. La...

Para el civismo

El civismo es una hipocresía benévola y afable, tan prudente que a menudo acaba siendo sincera, como las mentiras piadosas. El civismo acierta siempre, incluso cuando se equivoca y recibe a cambio lo contrario de lo que da, del mismo modo que el generoso lo es, e incluso más, aun cuando se le pague con mezquindades. Acierta porque, postularían quizá los utilitaristas, hace a todos la vida más llevadera y pone entre la dureza de los individuos una blandura que serena a los exaltados, calma a los iracundos y contiene a los resentidos. El civismo prodiga obsequios entre desconocidos, y, aunque no consiga que se amen, logra al menos que se toleren. “Es la primera virtud, y no es virtuosa”, opina Comte-Sponville: en efecto, no vale la pena si no nos sirve para trascenderlo, pero hemos de reconocer que nada empieza sin él. Me confieso partidario (casi) incondicional del civismo. Lo prefiero a la sinceridad arrojadiza e inoportuna, que ni pedimos ni necesitamos, que no nos hace falta en lo...

Celebración

Tal vez haya mucho que lamentar, pero casi siempre hay más que celebrar. El sufrimiento nos parece más grande y más serio, solo porque no podemos acomodarnos en él, porque nos urge a resolverlo y ocupa las primeras planas. En cambio, los motivos para la alegría son discretos, nos habituamos a ellos muy deprisa y entonces los damos por sentados, y solo sabemos valorarlos cuando nos faltan. Visto así, se podría pensar que estamos programados para sufrir, para fijar la atención en el dolor. Y así es, por eso duele: para alertarnos, para que no haya nada que se le ponga por delante. Tiene sentido, desde un punto de vista de la supervivencia: una grata velada o un instante de placer ponen en la vida una luz cálida, pero una amenaza enciende las alarmas. Sin embargo, como nos recuerda Epicuro, ¿de qué valdría esforzarse en vivir si no fuera por lo que la vida tiene de placentero? Así, lo que parece secundario es lo que da sentido a lo prioritario; lo que destaca (el sufrimiento) solo cuen...