Muchas historias nos muestran a personas con una vida más o menos estable, acomodadas en una cotidianidad previsible como un río calmo que va fluyendo sin demasiados sobresaltos por el tiempo, quebrado de pronto con la irrupción de un hecho inesperado que lo trastoca todo. En el nítido lienzo tranquilizador ha aparecido un desgarrón, en la límpida superficie se ha formado un remolino. Una pasión imprevisible, una pérdida atroz, una vieja herida que supura. El viaje, desde esa agitación, será ya inevitablemente distinto. Así es como la vida nos va llevando de etapa en etapa, nos obliga a cambiar de rumbo y nos recuerda la extrema fragilidad de nuestras certidumbres. Muchas veces se trata de un seísmo, un empujón inapelable, y en ese caso no tenemos mucho que hacer, más que sobrevivir e intentar reconstruirnos después de la riada. Sufrimos un accidente y nuestro cuerpo queda afectado, y entonces tendremos que aprender a vivir con ese cambio. Muere un ser querido, y, después de un tiem...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida