No tolero las relaciones íntimas porque no puedo manejar su complejidad. Demasiadas emociones (imperiosas, contradictorias), y sobre todo: la rabia, la decepción, el resentimiento. O simplemente soy demasiado desconfiado para la dependencia, para el ineludible riesgo de la entrega. O espero demasiado, y ello me aboca sin remedio a la decepción y a sentirme vulnerado. Mi esperanza de amor es demasiado totalitaria: es infantil, inmadura, primitiva. ¿Oral? ¿Devoradora? (en el sentido del psicoanálisis). Pongo pruebas constantes a la otra persona, que acaba diciéndome, como aquella: “No te compro”. Boicoteo las mejores intenciones del otro para confirmar mi hipótesis de que no merece mi amor: “sabía que no me amabas”, podría ser la profecía autocumplida. ¿Lo sabía o lo temía tanto que prefería no arriesgarme a lo contrario? Demasiada complejidad. Se me ocurría una manera de describirla. Una manera al estilo de los cognitivistas, que se apoyan en la metáfora del ordenador para explic...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida