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Mostrando entradas de febrero, 2018

Introtopía

Ya lo denuncia Zygmunt Bauman: la globalización posmoderna ha erosionado, paradójicamente, el valor y la propia noción de lo común; cada cual tiene que arreglárselas solo. A la dimisión de la utopía se responde con la retrotopía (vuelta atrás, según Bauman) y, añadiría yo, con la introtopía: el sueño de la realización personalizada y lograda individualmente. Se trata de triunfar a toda costa, de sacarle partido al mundo al servicio de nuestras intenciones egocéntricas. Recluidos en nuestras celdas de la colmena atomizada, nos entregamos a una orgía masturbatoria de “pensamiento positivo” y sueños megalómanos: basta con poner suficiente empeño y con acudir, si acaso, al especialista indicado (gurú, terapeuta,  coach …) que nos enseñe a hacerlo. La propia moralidad, cuyo sentido originario es social, se privatiza y se convierte en autorreferente, como explica Bauman: “de ser el principal aglutinante que salvaba distancias y acercaba posiciones entre las personas y, en definitiva, l...

Diligente pereza

La vida pasa por sí misma; las necesidades y los requerimientos la empujan y la van desplegando: en este sentido, la vida simplemente sucede. Su objetivo es desplegar sus leyes fundamentales, y un buen día nos encontramos con que el tiempo ya las ha cumplido todas. En cierto modo, la vida no nos necesita para acontecer: no le hace falta nuestra atención, ni nuestra complicidad, ni nuestra voluntad. De pronto descubrimos que nos hemos hecho viejos, y nos preguntamos, atónitos, dónde estábamos mientras pasaba nuestra existencia. Del mismo modo que la gravedad tira de nosotros hacia abajo, la vida nos arrastra hacia delante, nos gasta y nos consume. Ese peso del existir es lo que Sartre llamó facticidad. Nos parece que se opone a nuestro proyecto porque notamos su tirón cada vez que queremos hacer algo propio, y no podemos hacer nada si no es contra el freno de su viscosidad. Pero lo cierto es que la facticidad no es una resistencia, sino el curso natural de las cosas. Es el proyecto hu...

El miedo en la maleta

Dicen algunos entendidos que el meollo de la felicidad es la ausencia de miedo. A poco que miremos en nuestro interior, confirmaremos esa tesis: siempre hay algún miedo agazapado tras nuestros desvelos, y todos los deseos convocan el miedo de no verse realizados.  “La gente es infeliz o por miedo o por apetencia infinita y vana”, sentenciaba Epicuro.  Rechazamos a personas que nos amenazan, o convertimos en amenaza a quien repudiamos. La envidia es el miedo a quedar atrás; incluso el resentimiento se ocupa de mantenernos en guardia contra quien nos dañó, y con la venganza rabiosa no solo restituimos la sensación de equidad, sino que exorcizamos el miedo a quedarnos solos con nuestro dolor, que querría paralizarnos, haciendo partícipe de él a quien nos lo provocó. El miedo es corrosivo, resquebrajante, demoledor. El miedo es enemigo de la vida, puesto que la asedia. Solo si no nos quedamos quietos nos sobreponemos a él, nos rescatamos de su celda sombría y volvemos a empuñar ...