viernes, 27 de enero de 2017

¿Cómo sería si fuera yo?

A veces fantaseo sobre cómo sería si me hubiese permitido ser más natural, si no me hubiese sometido al perpetuo escrutinio de mis prejuicios... No creo que hubiese sido mucho más malo; tal vez sí, en cambio, más interesante. Vivir habría resultado un asunto más ameno y menos gravoso. Seguro que le habría caído bien a Holden Caulfield, a Tom Sawyer; al Gran Meaulnes; a Alfanhuí.
Habría sido mucho más espontáneo y divertido. Con buen sentido del humor y un poco pícaro. Habría hecho más deporte y me hubiese peleado con un montón de compañeros, que habrían acabado, probablemente, siendo mis amigos. También habría salido con más chicas. Seguramente no se me habrían dado tan bien los estudios, al fin y al cabo yo estudiaba como una manera de refugiarme y de ser bueno en algo. Hubiera empezado a trabajar más joven y no tendría tantos libros, y ni hablar de haber escrito poesías o canciones cursis. Estaría menos versado en filósofos y más en don de gentes. Mis hijos ya andarían creciditos. Y desde luego no me hubiese gastado un tercio de mi sueldo en terapias durante casi veinte años.
No estoy seguro de que fuese mejor de lo que soy, ni más feliz, pero a lo mejor no me daría cuenta o no me importaría. En fin, es hablar por hablar, vaya usted a saber por dónde me habría salido la vida. También podría haberme convertido en un alcohólico o en un canalla (cosas que modestamente creo que no soy). La vida es difícil para todo el mundo, así que aprobaremos las cosas como están.
La vida cuesta de por sí, y para algunos que se la complican solos, más. Algunos nos empeñamos en escalar la montaña por el lado más agreste, tal vez seamos un poco masoquistas. Bueno, en realidad, yo nunca he escalado, he preferido ir por los caminos tranquilos (soy un poco vago). Pero sí me he complicado la vida solito, o me he empeñado en verla más complicada de lo que es.
Porque la vida, en el fondo, es simple. Lo que la hace enrevesada son nuestras resistencias. A cada paso, hay una iniciación que nos envejece, un pulso de la vida que nos despoja de inocencia; si nos resistimos a esas iniciaciones, el tiempo pasa igual, pero nosotros nos mantenemos varados en el fango. Hay mucha gente atrancada por miedo, por pereza o por orgullo. Y estar atascado es lo peor, porque la vida avanza de todos modos pero nosotros no estamos en ella. Es como viajar en un tren y perderse los paisajes porque uno se empeña en mirarse continuamente las uñas de los pies.
La liberación está en darse cuenta de que son sólo unas uñas, sin nada particular. Uñas como las de todo el mundo, que crecen, que hay que cortar de vez en cuando y que a veces salen un poco torcidas. Y con los años amarillean. No hay nada particular ni terrible que les pueda pasar a nuestras uñas. Si las dejamos estar, lo más probable es que sean la mar de normales.
Hay que dejar en paz a las uñas, no necesitan que nos pasemos el tiempo vigilándolas por si acaso. Hay que dejarse en paz a uno mismo, y lo más probable es que las cosas sigan su curso con la parsimonia normal en los mortales. Ni nuestras uñas son tan importantes ni tenemos por qué desconfiar de ellas.
Y entonces uno puede levantar la cabeza, mirar por la ventanilla y disfrutar del paisaje. No nos pongamos bucólicos: a menudo, el paisaje no tendrá nada de particular, e incluso será cruel y repugnante. Pero el milagro no es ese. El milagro es el viaje en sí, la oportunidad de estar aquí, el movimiento. Si se mira con detalle, siempre hay algo hermoso e interesante. Encontrarlo es la sabiduría.
No glorificaré la vida, pero tampoco la repudiaré. Es lo que es, y ni siquiera ella tiene la culpa de no dar más de sí. Si uno es un poco hábil e ingenioso, si tiene sentido del humor y mira con atención y con buena predisposición, resulta, incluso, que la vida tiene muchas cosas buenas. Detalles simpáticos y entrañables, ocurrencias de lo más poético. Pequeños grandes placeres que son como una guirnalda al cuello.
“De vez en cuando la vida toma contigo café”, canta Serrat. De vez en cuando la vida baila con uno, si uno tiene el valor y la simplicidad de sacarla a bailar (y arriesgarse a que le dé calabazas). De vez en cuando se ríe si uno le cuenta chistes, escucha si uno le cuenta lo que piensa. A veces pasea a nuestro lado junto al río en un plácido atardecer. De vez en cuando, si uno sabe pedirlo, nos concede un abrazo, un beso o algún capricho. Y hasta puede que venga con alguna sorpresa...
En la película de Gonzalo Suárez, Don Juan, mortalmente herido, cruza la laguna Estigia confiando en que la Muerte sea una mujer. ¿Y si la Vida también lo fuera? Si uno se pone guapo y seductor, tal vez no se resista a concedernos sus favores. “Quizá todos los dragones de nuestra vida escribe Rilke, aquel sabio bueno y melancólico son princesas que esperan solo eso, vernos una vez hermosos y valientes”. Hermosos y valientes: tal vez entonces la vida fuese nuestra amante.
Vivir es difícil, pero no tanto. Y hasta puede resultar divertido. Si fuera yo, seguramente lo habría sabido temprano y lo hubiese aprovechado antes. Pero, en fin, nunca es tarde para la alegría de la sencillez. Se te ha otorgado ese don: ¿te lo vas a perder?

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