—Uno mira el mundo,
se informa de lo que cuentan los periódicos, reflexiona, y ya no puede remediar
la angustia. Parece que, como dijo el filósofo, la única actitud lúcida y digna
es el pesimismo.
—No estoy de acuerdo.
El pesimismo nos inmoviliza, nos convierte en rehenes. El optimismo, incluso
cuando resulta iluso, abre una puerta al porvenir. Y no podemos vivir sin
porvenir.
—Pero las cosas van
mal, e irán a peor. Sufriremos y lo desbarataremos todo.
—Capaces somos, desde
luego. Pero podemos pensar, como Luther King: “Aunque mañana fuese a acabarse
el mundo, yo igual plantaría mi árbol”. Nuestro compromiso con los que vendrán
es esforzarnos por recomponer lo que esté en nuestra mano, como hicieron los
abuelos. ¿De qué les servirá nuestro lamento a las generaciones futuras? Si
caminas por la montaña y alguien ha tirado una botella, no pierdas tiempo
maldiciéndolo o pensando en cómo debería actuar la gente, recoge la botella y
así el que pase después verá un campo limpio.
—Pero es poco lo que
podemos hacer, y la montaña es grande. La entropía abate nuestra tarea.
Arreglar requiere tiempo y esfuerzo, para estropear solo hace falta un gesto.
—Si somos pequeños,
hagamos cosas pequeñas. Planta un árbol.
—Plantando un árbol
no evitaré la deforestación. Es más, lo probable es que mi árbol se agoste en
el primer verano, o sea víctima de un incendio, o venga alguien y lo corte.
—Eso no le quita un
ápice de valor y de dignidad. Ya que no puedes cambiar el mundo, cambia tu
mundo, tu pequeño trozo de territorio en el que existes. Ésa es tu labor.
—Sigo creyendo que
soy demasiado poca cosa, que los que hacen daño son poderosos y deterioran a un
ritmo mucho más intenso que el de los que construyen. Nos acorralarán y nos
humillarán.
—Siempre lo han
hecho, y hemos sobrevivido. Seguiremos haciéndolo. Por nosotros y, sobre todo,
por los que han de venir. Otros lo tuvieron peor, y, sin embargo, tiraron
adelante. Haremos lo que haya que hacer. Ésa es nuestra victoria, la que ningún
poderoso puede quitarnos.
—Los poderosos se
ríen de nuestras victorias, y las aplastan sin mirar, con sólo mover las
posaderas.
—Los poderosos nos
aplastarán, pero no podrán robarnos nuestra libertad.
—Triste consuelo.
—¡No! No es un
consuelo. No necesitamos consuelo. Sólo necesitamos sentido, y respeto por
nosotros mismos. Necesitamos que, en la hora de la muerte, podamos mirar a
nuestros hijos a los ojos y decirles: "Hice todo lo que pude por
defenderte, jamás me resigné".
—Y, mientras tanto,
¿qué pasa con la alegría?
—La alegría también
nos pertenece. Como dice Serrat, hay que defenderla.
—¿Cómo vamos a
defenderla si no la tenemos?
—Apostando por ella.
Inventándola, diría Sartre. Convirtiéndola en una obstinación, diría Camus.
Haciéndola existir a fuerza de creer que existe, nos señalarían los estoicos.
—¿Se puede sufrir con
alegría?
—Los budistas y los
estoicos nos aseguraron que sí. Se trata de gravitar en nuestro centro, y vivir
conforme a nuestra naturaleza. Ése es el gozo. Hay que aprender a verlo.
—Desconfío de tu optimismo
facilón.
—Yo también, muchas veces.
Pero luego me digo que, al menos, el optimismo está de mi parte. En cambio, el pesimismo
me lleva la contraria. Y ya tengo bastantes cosas en contra.
—Pero lo que cuenta es
la verdad.
—Sin duda. Pero hay verdades que están por inventar. Solo
intento darles una oportunidad. Para que valga la pena plantar árboles, basta con
que sobreviva uno. En el norte de la India
hay un hombre que, árbol a árbol, ha hecho crecer un bosque entero en una isla yerma.
Lo llaman “Forest Man”.
—He visto el documental.
—¿Y no te parece heroico?
—Más bien trágico. El
Hombre Bosque es un Sísifo de la ecología. Por cada árbol que él planta, se deforestan
cientos de hectáreas en la Amazonia. Él mismo reconoce lo destructivos que somos
los humanos. Tal vez su gesta le sirva a él, pero no veo de qué le sirve al mundo.
—Le sirve de ejemplo.
El Hombre Bosque, como Sísifo, somos todos, luchando por lo mejor a pesar de tenerlo
todo en contra. Toda la belleza de la vida humana se resume en ese trabajo obstinado
a favor de lo valioso. Tal vez nos venzan las hachas y las sierras, pero nosotros
les entregamos la vida a las semillas: ese es su valor, y el nuestro.
—Mero idealismo.
—Sentido. Y el sentido, como el amor, marca la diferencia.
Camus vio esa grandeza, que es la única que cuenta. “Hay que imaginar a Sísifo dichoso”.
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