viernes, 10 de febrero de 2017

Plantar árboles

—Uno mira el mundo, se informa de lo que cuentan los periódicos, reflexiona, y ya no puede remediar la angustia. Parece que, como dijo el filósofo, la única actitud lúcida y digna es el pesimismo.
—No estoy de acuerdo. El pesimismo nos inmoviliza, nos convierte en rehenes. El optimismo, incluso cuando resulta iluso, abre una puerta al porvenir. Y no podemos vivir sin porvenir.
—Pero las cosas van mal, e irán a peor. Sufriremos y lo desbarataremos todo.
—Capaces somos, desde luego. Pero podemos pensar, como Luther King: “Aunque mañana fuese a acabarse el mundo, yo igual plantaría mi árbol”. Nuestro compromiso con los que vendrán es esforzarnos por recomponer lo que esté en nuestra mano, como hicieron los abuelos. ¿De qué les servirá nuestro lamento a las generaciones futuras? Si caminas por la montaña y alguien ha tirado una botella, no pierdas tiempo maldiciéndolo o pensando en cómo debería actuar la gente, recoge la botella y así el que pase después verá un campo limpio.
—Pero es poco lo que podemos hacer, y la montaña es grande. La entropía abate nuestra tarea. Arreglar requiere tiempo y esfuerzo, para estropear solo hace falta un gesto.
—Si somos pequeños, hagamos cosas pequeñas. Planta un árbol.
—Plantando un árbol no evitaré la deforestación. Es más, lo probable es que mi árbol se agoste en el primer verano, o sea víctima de un incendio, o venga alguien y lo corte.
—Eso no le quita un ápice de valor y de dignidad. Ya que no puedes cambiar el mundo, cambia tu mundo, tu pequeño trozo de territorio en el que existes. Ésa es tu labor.
—Sigo creyendo que soy demasiado poca cosa, que los que hacen daño son poderosos y deterioran a un ritmo mucho más intenso que el de los que construyen. Nos acorralarán y nos humillarán.
—Siempre lo han hecho, y hemos sobrevivido. Seguiremos haciéndolo. Por nosotros y, sobre todo, por los que han de venir. Otros lo tuvieron peor, y, sin embargo, tiraron adelante. Haremos lo que haya que hacer. Ésa es nuestra victoria, la que ningún poderoso puede quitarnos.
—Los poderosos se ríen de nuestras victorias, y las aplastan sin mirar, con sólo mover las posaderas.
—Los poderosos nos aplastarán, pero no podrán robarnos nuestra libertad.
—Triste consuelo.
—¡No! No es un consuelo. No necesitamos consuelo. Sólo necesitamos sentido, y respeto por nosotros mismos. Necesitamos que, en la hora de la muerte, podamos mirar a nuestros hijos a los ojos y decirles: "Hice todo lo que pude por defenderte, jamás me resigné".
—Y, mientras tanto, ¿qué pasa con la alegría?
—La alegría también nos pertenece. Como dice Serrat, hay que defenderla.
—¿Cómo vamos a defenderla si no la tenemos?
—Apostando por ella. Inventándola, diría Sartre. Convirtiéndola en una obstinación, diría Camus. Haciéndola existir a fuerza de creer que existe, nos señalarían los estoicos.
—¿Se puede sufrir con alegría?
—Los budistas y los estoicos nos aseguraron que sí. Se trata de gravitar en nuestro centro, y vivir conforme a nuestra naturaleza. Ése es el gozo. Hay que aprender a verlo.
—Desconfío de tu optimismo facilón.
—Yo también, muchas veces. Pero luego me digo que, al menos, el optimismo está de mi parte. En cambio, el pesimismo me lleva la contraria. Y ya tengo bastantes cosas en contra.
—Pero lo que cuenta es la verdad.
—Sin duda. Pero hay verdades que están por inventar. Solo intento darles una oportunidad. Para que valga la pena plantar árboles, basta con que sobreviva uno. En el norte de la India hay un hombre que, árbol a árbol, ha hecho crecer un bosque entero en una isla yerma. Lo llaman “Forest Man”.
—He visto el documental.
—¿Y no te parece heroico?
—Más bien trágico. El Hombre Bosque es un Sísifo de la ecología. Por cada árbol que él planta, se deforestan cientos de hectáreas en la Amazonia. Él mismo reconoce lo destructivos que somos los humanos. Tal vez su gesta le sirva a él, pero no veo de qué le sirve al mundo.
—Le sirve de ejemplo. El Hombre Bosque, como Sísifo, somos todos, luchando por lo mejor a pesar de tenerlo todo en contra. Toda la belleza de la vida humana se resume en ese trabajo obstinado a favor de lo valioso. Tal vez nos venzan las hachas y las sierras, pero nosotros les entregamos la vida a las semillas: ese es su valor, y el nuestro.
—Mero idealismo.
—Sentido. Y el sentido, como el amor, marca la diferencia. Camus vio esa grandeza, que es la única que cuenta. “Hay que imaginar a Sísifo dichoso”.

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